
SANA ESCRITURA
Primo Rojas 04 de mayo de 2021
Mi padre nunca tuvo un editor, no fue conocido por los editores, no buscó nunca un editor, porque mi padre no es escritor y por lo tanto no necesitaba de los editores ni los editores necesitaban de él. No era un escritor en el sentido convencional y ciertamente hermoso que se le da al término, y que, en su mejor momento, sitúa al escritor en el centro mismo del misterio. No. Mi padre trabajaba en un juzgado municipal, un empleado mal pago, que llenaba decenas y decenas de hojas de papel oficio, con una escritura que tenía más de rapidez que de convicción, y muchísimo menos de inspiración, y que, estoy seguro, nunca irían a llamar la atención de un editor ambicioso, que buscara con ojo sagaz nuevos talentos para promocionarlos en la feria del libro de Frankfurt, con miras a iniciar un nuevo boom de la literatura latinoamericana.
Porque ¿qué de interesante puede tener un libro que podría llamarse “DOCUMENTOS GRISES ESCRITOS POR UN HOMBRE GRIS SOBRE GENTE GRIS Y SUS GRISES Y MEZQUINOS Y DESPRECIABLES PROBLEMAS JUDICIALES? Por supuesto, con la firma de mi padre, y yo como único heredero de sus derechos de autor.

